jueves, 15 de enero de 2009

Entre Eras

Que difícil que es aterrizar en lo cotidiano, en la rutina, en lo necesario para justificar un día vivido.
Reconozco su necesidad, no somos seres etéreos para alimentarnos solo de divagaciones, pero tampoco somos dinosaurios de la era jurásica para vivir desgarrándonos , destrozándonos, defendiendo la única fuente de agua del entorno.
¿Dónde encontrar el equilibro? ¿Donde empieza y termina el límite de lo digno de una actividad y la carrera egoísta de perfilarse a costa de todo y de todos?
No puedo evitar sonreír ante tantos vanos intentos de escalar una pendiente imaginaria de posiciones para llegar a la cima de una montaña al revés, de un volcán en realidad. Cuando lleguen al tope y la gravedad los obligue a bajar primero para recibir todo la lava encima, se darán cuenta del sentido equivocado de orientación que primó en su vida.
Pero yo ¿adonde voy? ¿Qué quiero? No lo se, no tengo rumbo, no tengo camino, no tengo meta.
Mi camino lo ponen las estrellas, mi rumbo lo determinan el sol y la luna, mi meta el corazón.
El aire son las sonrisas que encuentro en el día a día y los abrazos de mis seres queridos, la sombra me la da la solidaridad de mis amigos, mi alimento es la comunicación en nuestras miradas y mi ropa es el momento compartido. Vivo en la era jurásica y existo en la era de los Dioses, ¿cuánto tiempo se puede resistir esta dualidad sin lindar en la locura?
Necesito aterrizar pero no en el cráter del volcán, necesito volar pero no en la estratosfera, necesito encontrar mi punto medio, mi centro, mi gravedad para servir de sombra en el camino de la montaña, para servir de puerto en el camino de las divagaciones, para servir de puente entre la historia jurásica y el sueño de los Dioses.

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