domingo, 28 de diciembre de 2008

El Naufrago y el Desierto

Un naufrago en el desierto, la soledad es su única compañía, la maldice y la alimenta, ella lo lleva a reconocerse, a identificarse, a verse sin caretas, a llegar a su propia esencia.
El desierto es su Hogar y no lo quiere, lo aborrece, se siente llevado con engaños hacia ese lugar, no se da cuenta que es el lugar perfecto para llegar donde tiene que ir; a su corazón.
No reconoce a sus piernas que lo han llevado hasta allí, son las corrientes, los vientos y las piedras que el arguye como catalizadores falsos de su destino actual, no se reconoce como capitán de su barco porque no entiende porque tomo ese rumbo, porque tuvo que llegar a ese puerto para luego naufragar y encontrarse en la más pura soledad del desierto.
Se aísla más, desprecia los encantos del desierto, los ocasos que quitan el aliento, la suavidad de la arena que le da otra textura a su piel, los alacranes no los reconoce como semejantes unidos en signo y en destino, no aprecia las raíces de alguna hierba que encuentra en su camino, solo tiene la mente y el corazón fijo en un pasado que ya se fue, que el tuvo que abandonar para llegar donde esta ahora; frente a si mismo.
Se siente engañado, frustrado con un potencial no reconocido ¿y el que hace? No aprecia la bendita soledad del desierto, su tranquilidad, sus colores, su pruebas devastadoras que solo ayudan a templar al ánimo para peores tempestades. No aprovecha esta única oportunidad que tendrá para encontrarse consigo mismo, para meditar, para retomar el rumbo de su vida.
Llega un Oasis que no es oasis, es una Fata Morgana porque se aferra a él para escapar de su reflexión, lo enmascara con miedos absurdos, reprimiéndose en compartir su existencia. No reconoce el riachuelo que lo está acompañando hace tiempo y que no logró ver por la arena de desconfianza en sus ojos, cree encontrarse en ese Oasis, su febrilidad lo obliga a verse en las aguas del riachuelo y reconoce sus alas, las que siempre tuvo, las que le legaron sus antepasados y las que plegó inconscientemente, buscando medios falaces para elevarse.
Aun no sabe que hacer con ellas, cree que es el oasis quien le ha mostrado las alas y no ve que es su propio crecimiento interno lo que lo esta haciendo reconocerse finalmente, reconocerse como el Ikarus que puede ser, como el hijo finalmente del desierto que tiene que entrar como enano para salir como gigante.
El día que el acepte ese desierto como bendición, el día que no desprecie ese riachuelo como compañía perenne, el día que se sonría a si mismo y despliegue sus alas se sentirá por fin libre, libre para quedarse y aprender más del desierto, libre para dar rienda suelta a sus miedos opresores, libre para amar sin miramientos, para perdonarse, olvidar y volar por fin.

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