lunes, 23 de febrero de 2009

Slumdog Millionaire

Sabor amargo a Oscar.
Enfrentar Bombay, enfrentar la India sórdida, ese era mi propósito. Sumergirme en mi patria adoptiva, donde pertenece mi alma, mi pasado de siete vidas, mi futuro etéreo.
Escenas de tortura de niños que me revuelven las vísceras, sonrisa de niños que me devuelven la esperanza, certeza de pertenecer a ese mundo de contradicciones donde mi alma se acopla, mi ser desaparece y soy parte de la marea humana incomprendida.
Querer lo que no soy, ser lo que no quiero, destino errante, sed insaciable, parece ser mi destino, el destino de una Indu latinoamericana, de una latinoamericana Indu con alma asiática, cuerpo de Kurdistan e historia sudamericana.
Llegare al sueño del final, el cuento de hadas que resulta ser esta historia, mi historia es solo un cuento, sin hadas que lo transformen, con leyendas soñadas, de tradiciones traicionadas, sentimientos encontrados y sonrisas de lágrimas. El dolor alimenta mi pluma, las lagrimas me inspiran, necesito sufrir para transmitir porque sin compartir muero. Expresándome vivo, muero viviendo y así este carrusel sin principio ni final alimenta mi existencia errante, inconforme.
Ocho Oscares para esta película, una palma transparente para mi vida, la añoranza de pertenecer donde no nací, la certeza de morir donde no viví.
El sueño de esta historia se hace realidad, mi pesadilla se hace una certeza, ser eternamente errante, buscando lo que no tengo, teniendo lo que busco, soñando lo que vivo, viviendo de sueños, sin despertar.

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