martes, 25 de mayo de 2010

Morir por un aroma

Deshojar como una rosa, pétalo a pétalo las caretas superfluas y llegar a la esencia de uno mismo, del otro, encontrando el verdadero aroma, desnudo y vulnerable, de lo autentico.
Oler la infancia feliz y también tormentosa con sus aromas inocentes y absolutos, oler las flores que alguna vez recogimos, oler la tristeza que sentimos al verlas en un rincón olvidadas, ignoradas. Oler la lluvia apaciguando los volcanes de la adolescencia, oler la decepción del amor que no es eterno, oler nuestras limitaciones y nuestros sueños, las noches añorando y ofreciendo soledad, por un amor lejano que nunca se concreto mas que en ilusiones.
Oler los años de la juventud descubriendo continentes y horizontes; oler las especies en un mercado egipcio, oler el mar rojo abriéndose nuevamente ante nosotros, oler el arroz condimentado en indonesia, oler las cataratas de Iguazú y las playas de San Caterina, oler el ferrocarril en la placita de Arica y las alturas de Marcahuasi, oler , oler oler y morir oliendo, recordando, reviviendo, que fuimos un solo aroma cuando nuestros corazones latían al unisonó, que seremos inmortales en el aroma de nuestra hija, oler los Apus que hoy nos cobijan, oler nuestros miedos cuando nos resguardamos bajo este cielo rabiosamente azul, oler nuestras inseguridades y esperanzas y seguir oliendo enfrentando la vida, oler la amistad que ahora nos une, oler la esperanza que nos da fuerzas, morir oliendo y reviviendo en este eterno carrusel de los sentidos y recuerdos. Oler el mar de El Silencio, la paz de su oleaje, el atardecer de nuestras vidas.

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